¿Sí, quiero?

Domingo 14 de diciembre.

No es mucho lo que hablamos. Digo: no es mucho lo que hablamos al respecto. Es decir: hablamos, mucho, porque somos de hablar (mucho), pero no de ese tema. O debería decir: de ESE TEMA.

Mientras, paseamos. Sacamos a pasear a Pocha por Palermo. Miramos chucherías a precio de oro (porque pueden comprarlas turistas, aunque no sé por cuánto tiempo si la crisis mundial continúa, y me pregunto qué ocurrirá si, crisis mundial mediante, se da lo lógico, que es que ya no vengan -tantos- turistas: ¿qué harán los hippies artesanos que confirieron a sus manos progresistas un valor en euros? ¿qué pasará con aquellos alérgicos al trabajo que preferían alquilar sus propiedades a extranjeros dolarizados que a inquilinos autóctonos?), y charlamos, y decimos qué nos gusta, qué no (No Sonia considera que padezco de un mal gusto intrínseco, yo prefiero suponer que no poseo gusto en absoluto, veo las cosas desde un punto de vista práctico, ella uno estético), pero pienso en otras cosas.

Siempre consideré que era estéril. Imaginaba mis espermatozoides como tronquitos, o renacuajos en versión empleado público al que le gusta dormir la siesta. No sé por qué, pero siempre supuse que no sería padre. O sea: que ninguna mujer me desearía para padre. ¿Se desea ser padre o se encuentra una mujer -para el caso, una No Sonia- que nos ubica en el sitio de padres posibles?

Y ahora, dos rayitas. No una. Dos.

No Sonia me toma de la mano. Con la otra, llevo la correa de Pocha. No tengo una tercera mano para empujar un cochecito. Quizás el ser humano no esté listo para tantas responsabilidades. O sea: quizás YO no esté listo.