Sonia 13: Crónica de un reencuentro anunciado

Miércoles 19 de marzo.

Salgo del diario, y el taxi me espera. Subo. Pico.

-Tu casa, ¿no? -pregunta/dice Sonia 13.

-Sí, dale -digo.

El siguiente beso no es pico. Es beso. Hecho y derecho. Lenguas que se acarician. Nos acariciamos con las manos, también. Y con las piernas -las suyas, enfundadas en medias de red-. La cosa sube en temperatura. En un momento, su mano se mete dentro de mi pantalón -me bajó la bragueta-. Perdido por perdido, y con la esperanza de que el tachero mire sólo hacia adelante (o que al menos no se pajee delante nuestro por el espectáculo), le meto una mano dentro de la bombacha. La tela me presiona para presionar más. Ella gime. Llegamos a casa. Sonia 13 paga rápido -dice que la cubren de su trabajo, que esto es gastos de representación, o algo así-. Subimos. Entramos en el ascensor, luego en mi depto. No puedo decir que me la chupa: más bien parece obsesionada en tragarse mi pija, como si deseara desprenderla de mi cuerpo. Eso, en el comedor: yo aferrado a sus cabellos, y ella dale que dale. Luego, ya en el dormitorio, el dale que dale es mío. La cabalgo, más que la monto. Gritamos. Los dos. Gritamos y nos quedamos boca arriba en mi colchón de plaza y media.

-Querías esto, ¿no?

Me abraza.

-Sí -dice.

Me acaricia la pija, que no termina de adormilarse.

-Y quiero más.

Otra vez.

Y, luego, otra vez.

Se va.

Rato más tarde, recibo un mensaje de texto.

«¡Lindo reencuentro! Besos en la pija.»