Sonia 13: Entrelíneas

Miércoles 28 de mayo.

Cuando termino de bajar los nueve pisos por el ascensor -por suerte no se detiene en los de los insufribles telemarketers, pequeños demonios-, me asomo.

(¿qué estoy buscando? ¿placer? ¿qué clase de placer? ok, el domingo la pasé bárbaro, hacía mucho que no hacía algo así y estuvo bastante bien -bueno, muy bien-, pero hay algo más. quizás sea lo que dice el Libanés, quizás otra cosa que no alcanzo a dilucidar)

Desde el hall, diviso el taxi que me espera. La silueta de Sonia 13 tras el vidrio bajo -debe hacer frío, imposible saberlo con el calor de infierno que había en la redacción-.

(está la cuestión de ella. quién, cómo, cuándo, dónde, por qué. quién es. puedo quejarme de que ella no sabe quién soy, pero yo tampoco sé demasiado quién es ella. ¿qué la transformó en una mina que le mete los cuernos al marido? más importante: ¿qué hizo el marido para que ella empezara a meterle los cuernos? ¿fui yo, el primero? dúdolo. )

Luego del frío gélido, entro en el taxi. Más tibio. El beso me rodea. Y no me refiero a la lengua de Sonia 13 que se mueve en torno a la mía, que busca recovecos inhóspitos dentro de mi boca. Me refiero a que el beso me transporta a otro lugar que es este mismo. Siento que estoy en mi lugar. Luego de todo el día en la redacción, siento que este es mi lugar.

(¿por qué? ¿por qué hay algo en mí que se empecina en transformar las cosas, en no aceptarlas como son? ¿cómo puedo sentir que este es mi lugar si hace menos de veinticuatro horas sostenía que esto es sólo sexo? ¿cómo cambiar de opinión si no poseo nuevos elementos empíricos que me permitan torcer el razonamiento, la evidencia? ¿por qué hay algo en mí que triunfa cada vez que intento mantenerme en el plano racional?)

Viajamos. Afuera, el frío se apoderó de Buenos Aires. La mayoría de la gente salió a la mañana con poco abrigo, y los descubro caminar con los hombros en alto, bajando las cabezas, cubriéndose el espacio que sus sacos y camperas dejan a la intemperie, a la altura del cuello. Mi cuello, recorre la lengua de Sonia 13. Los alrededores de mi oreja. Sonia 13, que dice:

-Vamos a ver cómo es hoy los dos solos.

(los dos solos. lo del otro día, ¿qué fue? ¿una situación, un cambio en el estado de las cosas? ¿de qué cosas? ¿qué es esto? ¿por qué me siento, en vez de en un taxi, en un tren que va a toda velocidad, a punto de descarrilarse?)

Y dice, también, Sonia 13:

-Me dijo mi amiga que te escribió un mensajito.

Y dice, además, Sonia 13:

-No le respondiste, me dijo.

Y dice, también, Sonia 13, en medio de besos en mi oreja:

-Podés responderle, o verla, si querés. A mí no me molesta.

(ver a Sonia 13, ver a su amiga. que, si la veo, sería Sonia 14. o 13 y 1/2, no sé. ¿cuántas Sonias tengo que conocer para dar con una que no lo sea? ¿por qué cuando repaso con cuántas minas estuve el resultado matemático da que son más de cien y, sin embargo, me siento el tipo más perdedor del mundo? ¿por qué el ser deseado, que puedo percibirlo, nunca deja paso a la sensación, a la tibieza del sentirme querido?)

Nos besamos. Le digo:

-Tenía ganas de verte.

Y digo:

-A vos.

(ése es, tal vez, el mecanismo: arrinconar, obligar a quienes no lo desean a decirme algo que interpretaré como «me quieren» cuando es «me desean» -en el mejor de los casos-. inventar, como si estuviera escribiendo, suponer que el mundo es una extensión del espacio en el que imagino historias, tantas que no tengo tiempo de escribir. inventarme relaciones que no lo son, para vivir lo que no es, para impedirme vivir lo que sea. para sufrir y quejarme. para ser tan parecido a mis viejos.)

Sonia 13 dice:

-Yo también tenía ganas de verte.

Y yo sonrío.

(y el resto no importa, no hoy).